Fugaz como todo aquello que carece de raíces profundas, la idea del cambio sólo sobrevive hasta el primer golpe de realidad.
No cabe duda de que la línea ininterrumpida del tiempo -almanaques más, almanaques menos- nos lleva indefectiblemente a pagar por los errores, a perseguir sueños fatuos y a persistir en las acciones erradas. Y así, comenzamos una agenda de hojas vírgenes cuyas líneas impresas se irán poblando de citas nuevas demasiado parecidas a las de la agenda anterior y uno que otro proyecto previsiblemente similar a ese no realizado durante los 12 meses pasados.
Afuera, en la calle, dejando aparte la basura de los cohetes que alteraron el silencio nocturno, la misma violencia acecha a los ciudadanos confiados, porque el crimen no descansa ni depende de un cambio de dígito que se desvanezca su ominosa y abrumadora presencia.
La lección del día es que la magia no existe ni se dan los milagros de una manera tan básica y pedestre como el hecho de pasar de diciembre de un año a enero del siguiente. Todo lo contrario, es preciso mantenerse alerta y analizar los errores cometidos: el entusiasmo infantil por los augurios de un cambio de gobierno, el silencio cobarde ante los abusos de los legisladores, esa especie de adormecimiento cívico inducido por muchas décadas de represión, pero también el egoísmo de quienes tienen algo y no desean arriesgar su precaria estabilidad por aquellos que nada poseen.
El tsunami bélico que ha llenado de ruinas y cadáveres las pantallas de los televisores, aunado a la tragedia de los emigrantes -víctimas de las guerras, del hambre y la violencia es sus territorios- debería haber despertado un poco la conciencia colectiva, al demostrar con su rotunda realidad que frente a las grandes tribulaciones es importante la solidaridad humana. La violencia desatada contra la población civil en naciones cuyo único pecado es la inmensa riqueza de su subsuelo o su estratégica posición geográfica, nos ha dado una idea bastante aproximada de los alcances de la ambición de aquellos países que se han enriquecido como resultado de su poder de agresión.
Todo cuanto nos ha golpeado durante 2022 nos seguirá azotando en el nuevo año: la pérdida de certeza jurídica en nuestros países tercermundistas; el aumento de la pobreza extrema y los abusos de los gobernantes; la indiferencia de la comunidad internacional ante la violencia contra los pueblos indefensos.
Lo importante, entonces, es involucrarse y despejar las brumas de una parranda alegre y trasnochada sin mayor relevancia, cuyo estruendo solo camufló, por algunas horas, la tristeza de quienes perdieron su empleo o de aquellos que no tenían nada que celebrar. El sol sigue su eterno camino arrastrando a un planeta mal administrado, poblado por unos seres incapaces de convivir en paz y empeñados en destruir su entorno. Los esfuerzos aislados por convertir los avances de las ciencias en mayor bienestar para los pueblos, chocan de frente contra el inmenso poder de grupos consolidados de empresas dedicadas a manipular y transformar los descubrimientos en más dinero para sus accionistas.
Si hubiera cambio al ritmo de los días, que sea para involucrar a la población en lo que sucede con su futuro y el de sus hijos y contribuya a despertarla del letargo acomodaticio en donde ha permanecido mientras sus bienes se esfuman en bancos extranjeros, sin esperanza de retorno. Que el protocolo del calendario funcione como conjuro para despertarla del sueño en que la ha sumido la corrupción, la amenaza y el miedo a enfrentar la realidad.
El Sol sigue su ruta arrastrando a este planeta maltratado y peor administrado.
Por Carolina Vásquez Araya
@carvasar