Pasamos demasiado tiempo bajo la luz artificial y eso puede estar detrás de la epidemia de síndrome metabólico de los países desarrollados. Los adipocitos necesitan luz solar para trabajar correctamente y reducir el riesgo de sobrepeso y diabetes
Desde el principio de los tiempos, los hombres han comprendido que sin sol la vida es prácticamente imposible. Las civilizaciones antiguas le concedían el rango de deidad (Helios, Jano, Ra e Inti…), y aunque en la actualidad está desprovisto de ese halo divino, lo cierto es que no ha perdido reconocimiento, al contrario, ha ido cobrando cada vez mayor interés al descubrirse nuevas utilidades (energéticas, lúdicas, para la salud, etc), algunas sorprendentes.
En el terreno de la salud, las dos situaciones más conocidas del papel que desempeña la radiación solar es en su influencia en el desarrollo de melanoma y en la síntesis de vitamina D a través de la piel; pero el sol también es necesario, entre otras funciones, para mantener el estado anímico (promueve la producción de serotonina, la hormona del bienestar), mantenernos despiertos (la luz solar reduce la producción de melatonina, la hormona del sueño, lo que hace que nos sintamos más despiertos), mejora el sistema inmune y algunos problemas de la piel (acné). Pero existe otra relación menos conocida, y es la que existe entre la radiación solar y la obesidad y la diabetes (dos de los grandes problemas de salud pública mundial).
Concretamente, las células grasas que se encuentran debajo de la piel pueden sentir la luz, y cuando no están suficientemente expuestas a ciertas radiaciones solares, se comportan de manera diferente. «Vivimos gran parte del día bajo luz artificial, que no proporciona el espectro completo de luz que sí obtenemos del sol» Una investigación en la revista ‘Cell Reports’ defiende que la exposición a la luz regula el trabajo conjunto de dos tipos de células grasas (blanca y parda) para producir la materia prima que necesitan las células para obtener energía.
Las interrupciones de ese proceso metabólico son un reflejo de que no pasamos el tiempo suficiente al aire libre. Richard Lang, biólogo del desarrollo del Hospital Infantil de Cincinnati (en Ohio) y autor principal de este trabajo, explica que «nuestros cuerpos evolucionaron a lo largo de los años bajo la luz del sol, incluido el desarrollo de genes sensibles a la luz llamados opsinas. Sin embargo, actualmente vivimos gran parte del día bajo luz artificial, que no proporciona el espectro completo de luz que sí obtenemos del sol».
Misión: calentar el cuerpo
Los rayos solares son capaces de atravesar el pelo y la ropa para llegar al interior de nuestro cuerpo. «Los fotones, las partículas fundamentales de la luz, pueden ralentizarse y dispersarse cuando atraviesan las capas externas de la piel, pero consiguen penetrar a las capas más profundas, afectando el comportamiento celular», señala Lang, cuyo equipo ha encontrado opsinas [unas proteínas fotosensibles de las membranas de los conos y los bastones, responsables de la visión] en diferentes tejidos.
Cuando nos exponemos a la luz solar, el gen OPN3 (que regula el funcionamiento de la proteína oscina 3 y que se expresa sobre todo en la piel y en la retina) hace que las células grasas blancas que se encuentran debajo de la piel liberen ácidos grasos en la sangre, que sirven a otras células para generar la energía que necesitan para realizar sus funciones. Por el contrario, las células de la grasa parda queman los ácidos grasos para generar calor cuando los mamíferos tenemos frío.
La investigación se hizo en ratones. Los animales que carecían del gen OPN3 no pudieron calentarse tanto como otros ratones cuando se expusieron a frío. Pero, sorprendentemente, los que tenían el gen correcto tampoco lograron calentarse cuando se expusieron a una luz que carecía de la longitud de onda azul. Estos hallazgos llevaron al equipo de Richard Lang a concluir que se requiere luz solar para el metabolismo energético normal, y esto tiene implicaciones para la salud humana.
El biólogo insiste en que «nuestro estilo de vida moderno nos somete a espectros de iluminación no naturales, exposición a la luz por la noche, turnos de trabajo y desfase horario, todo lo que resulta en una alteración metabólica». En su opinión, «es posible que la estimulación insuficiente del gen OPN3 y de las células grasas debido a la deficiente exposición a la luz solar explique la desregulación metabólica que existe en los países industrializados, en los que la iluminación no natural se ha convertido en la normal».
Fototerapia para el sobrepeso
Este argumento ayuda a justificar la alta prevalencia de obesidad y diabetes que existe en los países desarrollados y para los que es crucial encontrar tratamientos eficaces. Tal vez, sugiere el científico, la «terapia de luz podría convertirse en un método para evitar que el síndrome metabólico acabe en diabetes». ¿Cómo? «Reemplazar las luces interiores con mejores sistemas de iluminación de espectro completo también podría mejorar la salud pública».
Los hallazgos son relevantes, pero se necesita más investigación para determinar el potencial terapéutico de la luz solar para mantener el metabolismo saludable y luchar contra la obesidad. Además, los investigadores apuntan que las personas con sobrepeso y obesidad tal vez tengan un funcionamiento defectuoso del gen OPN3 en sus células grasas. Por tanto, y no solo para mejorar nuestros niveles de vitamina D, exponernos al sol puede ser una forma agradable de prevenir la obesidad y otros problemas metabólicos.