Las shakiras que no facturan

Por esas cosas perversas y poderosas del mercado, hace unos días logró imponerse el tema que hicieron juntos Shakira y BZRP. Más allá o más acá de los pareceres estéticos y los gustos musicales, el lanzamiento disparó una enorme cantidad de opiniones más o menos formales, instintivas o pensadas, en medios y en redes. Como un enorme caracol, esa catarata de pareceres generó, a su vez, innumerables opiniones sobre cada una de ellas, opiniones sobre las opiniones. Los comentarios más interesantes están relacionados con el feminismo y sus innumerables aristas. Y las posturas son tan diversas como contrapuestas y complementarias.

Es a partir de ahí que surgen cuestiones fundamentales acerca de cuál es el significado del movimiento feminista para cada una (y cada uno) en esta sociedad y en estos tiempos que corren. Evidentemente hay tantos feminismos como subjetividades existentes. Y ahí radica la enorme complejidad. ¿En qué consiste la lucha feminista para cada una? ¿Cómo se lleva adelante? ¿Cómo se traduce en las calles y en la vida? ¿Cómo se percibe y se entiende el feminismo en los distintos estratos sociales, económicos y culturales? ¿Es sororidad que una mujer valúe a otra a partir de un objeto? ¿Es legítimo expresar el despecho y la indignación y hacer de eso un acto de mega facturación? ¿Qué se entiende por sororidad? Son algunos de los interrogantes a partir de los cuáles empezar a pensar.

“Las mujeres no lloran, las mujeres facturan” le enrostra Shakira a Piqué y, por supuesto, hay muchas mujeres que no lloran, que no facturan y que sufren el despecho tanto o más que la cantante colombiana pero, claro, no todas logran que eso se traduzca en una cifra multimillonaria. Muy lejos del “universo Shakira” y más cerca de nuestra realidad de los barrios y de las grandes ciudades expulsivas hay muchísimas mujeres que padecen todo tipo de despecho, maltratos y abusos en sus casas, en sus trabajos, en las calles, sin margen para la facturación y sin la opción de hacerlo público ni siquiera como una forma de catarsis, un pedido de ayuda o asistencia. Escuchar a Shakira como una declaración de principios permite, muchas veces, escapar de esa realidad tan injustamente impuesta en la que la sororidad no se descifra a través de mermeladas vacías en la “nevera” pero que puede advertirse en redes de mujeres que se apoyan unas con otras para llevar a sus hijes a la escuela, para cuidarlos cuando es necesario salir a trabajar o para turnarse, en comedores, al momento de cocinar y darles de comer.

¿Cómo es posible que el mercado nos muestre una sola forma de feminismo en la que la muchacha que canta bonito, mueve las caderas y es hegemónicamente hermosa logra vivir de sus regalías, se empareja con hombres exitosos que la engañan y encima hace una fortuna con eso? El sistema de identificación no falla: ¿Si Shakira pudo, por qué yo no? La identificación impuesta por el mercado y los medios también machaca sobre la figura de “la otra” que se vuelve una enemiga contra la cual luchar sin mencionar a las tantas “otras” que bancan la parada 24/7, acompañando a hacer denuncias por maltrato, ayudando a parir o simplemente cocinando un budín de naranja cuando una lo necesita.

“Eso que llaman amor es trabajo no pago” dice de manera tan certera Silvia Federici haciendo referencia, entre otras cosas, a las tareas de cuidado al interior del hogar. Porque, claro, en tiempos de capitalismo ultra salvaje el mercado parece regir también las formas de amar, de sentir y de cuidados del otre. Sus reglas sirven para mantenernos disciplinadas y sumisas alertando sobre nuestros cuerpos y nuestra subjetividad. Él también nos dice qué pensar con respecto al lugar de las mujeres y las disidencias en esta sociedad y nos recuerda que se pueden sanar las angustias, los sinsabores y el despecho producidos por otro a partir del consumo ilimitado de ropa, de cremas y de canciones que hablan sobre cómo deberíamos actuar ante una desilusión.

En esta sociedad machista, patriarcal, regida por un capitalismo salvaje no dejemos que el árbol nos tape el bosque ni dejemos de luchar contra ese mercado que nos regula y nos determina. Sigamos armando redes de hermandad, sigamos reuniéndonos y construyendo espacios de debate y discusión sobre las consignas de aquello que queremos lograr y, sobre todo, sigamos saliendo a las calles para gritar “vivas, libres y desendeudadas nos queremos”.

Por Alma Rodríguez/infobaires24.com

Entradas relacionadas