A diez años del pontificado de Francisco Bergoglio, un recorrido por la literatura, la realidad y los cuantiosos eslabones proféticos que anunciaron su papado.
Esta reflexión se inscribe en el marco del décimo aniversario del pontificado de Francisco, a quien su maestro, el jesuita Juan Carlos Scannone, llamara “un signo de los tiempos en persona”. El primer Papa latinoamericano fue elegido el 13 de marzo y comenzó solemnemente su ministerio el día 19 del mismo mes, en 2013, cuando se le entregó el palio de pastor y el anillo de pescador hombres. Allí dijo:
“Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de San José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar” (Francisco, 19/03/2013).
En el ámbito de la literatura católica es sabido que Morris West tuvo tres profecías vinculadas con los Papas contemporáneos: en Las sandalias del pescador (1963), imaginó a un Papa de origen eslavo (siendo en 1978 elegido Juan Pablo II); en Los bufones de Dios (1981), jugó con la idea de un Papa renunciante ante el supuesto inminente fin de mundo (siendo Benedicto XVI el primer Papa en renunciar luego de varios siglos); y en Eminencia (1998), buscó en la historia argentina de los años de plomo para imaginar a un sacerdote que se escapaba de las garras de la dictadura y quedaba en las puertas de ser elegido como sucesor de San Pedro.
Hasta aquí los (¿solamente?) libros de West. No está demás recordar que no se trata de un mero juego de novelistas ingeniosos, porque está el poco conocido coloquio privado que el Cardenal Albino Luciani mantuvo en 1977 en Coimbra, Portugal, con Sor Lucía Dos Santos, la última vidente de las apariciones de la Virgen de Fátima, quien al parecer lo llamó “Santo Padre” y le habría anunciado que duraría poco tiempo. Meses después sería elegido como Juan Pablo I, muriendo al cado de 33 días. Algo similar le ocurrió a Karol Wojtyla cuando el Padre Pío de Pietrelcina, quien tenía el don de leer algo más que las conciencias, le vaticinó que llegaría a ser Papa. “Es Jesús –explicaba el santo de los estigmas– quien me deja leer a veces su cuaderno personal…”
Pero volviendo a los libros, me parece interesante reparar en la capacidad profética de Leonardo Castellani, el notable escritor y sacerdote (ex jesuita) argentino. En lo que sigue retomo algunos señalamientos que ya expusimos en el libro que escribimos con Carlos Cabalero, Entre la memoria y la profecía. Reflexiones a partir de la vida y obra de Leonardo Castellani (2022). En esa obra consideramos pertinente llamar la atención sobre su curiosa novela, cuyo nombre completo es Juan XXIII (XXIV). O sea, la resurrección de Don Quijote (sinfonía fantástica a la Berlioz en tres movimientos y una coda; para uso de naciones subdesarrolladas), publicada en octubre de 1964. Allí, bajo el pseudónimo de Jerónimo del Rey, una nota aclaratoria señala al comienzo: “Este libro es un pasatiempo. Si acaso sobre eso es otra cosa, conste que por primero es un pasatiempo lícito y humano. Los sucesos están en futuro presente condicional. O, para más claridad, lo inmergente para lo sobreviviente; y éste, inmergente otra vez, para el futuro emergente…” (del Rey -Castellani-, 1964).
Este juego de palabras (puesto que Castellani nos aclara que se trata ante todo de “un pasatiempo”) abre una novela que en sí misma porta una profecía: la elección de un argentino como sucesor de San Pedro, es decir, como Papa de la Iglesia Católica, Vicario de Cristo en la tierra. Cuando hace una década los Cardenales reunidos en Cónclave (tras la revolucionaria renuncia de Benedicto XVI) bajo la inspiración del Espíritu Santo eligieron a Francisco, el Papa proveniente del fin del mundo, hubo quienes advirtieron que aquella novela de Castellani evidentemente había sido algo más que “un pasatiempo”. A fines de ese mismo año su nombre volvió a circular, esta vez en relación con la llegada de Jorge Mario Bergoglio a Roma. Más aún, al ver los primeros pasos que el Papa iba dando (en sentido claramente reformista), el escritor Álvaro Abós publicó en La Nación una nota titulada “Ya hubo antes un Papa argentino”, en la cual señaló: “Cuando en 1963 murió Ángelo Roncalli, aquel amado Juan XXIII, el Cónclave eligió a un Papa argentino, un jesuita que ejercía su ministerio en el porteñísimo barrio de San Telmo, un teólogo excepcional, cuyo nombre era Ducadelia. Pío Ducadelia, al ser elegido Papa, tomó el nombre de Juan XXIV. No. No estoy loco. Eso sucedió en un libro publicado en 1964. El escritor que profetizó un Papa argentino era Leonardo Castellani y el libro, publicado por Ediciones Theoría, se titula Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía”.
Sorprendido por los paralelismos entre el personaje de Castellani (Ducadelia-Juan XXIV) y Francisco, Abós continuaba: “El libro narra las vicisitudes de ese Papa para sobrevivir en Roma –conseguir mate, hacer comprensibles sus argentinismos, adaptar la picardía y algunos tics porteños que los romanos no entienden—. Al margen de estas tribulaciones cotidianas, el gran tema del libro de Leonardo Castellani es la modernización y humanización de la Iglesia. Porque Ducadelia quiere reformar la institución partiendo de la acepción original de la palabra Iglesia, que significa asamblea, es decir, reunión de los fieles. Quiere vender los tesoros del Vaticano, quiere que los pastores sean austeros, quiere eliminar la pompa, los privilegios, las rigideces dogmáticas, quiere revalorizar la tarea de los laicos, clama contra el pecado eclesial (“es una vergüenza que el cristianismo sea usado para legitimar malos gobiernos”), sale de noche a caminar por Roma y a compartir la vida de los pobres. Por todo ello le ponen palos en la rueda… Cincuenta años después de la aventura literaria de Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía, en Roma hay un Papa argentino, jesuita como Castellani, hijo de italianos como Castellani, porteño viejo como Castellani (quien, aunque era del norte santafesino, terminó sus días en su austero departamento de Caseros y Defensa). Bergoglio es el hombre del año. Su ascenso al Papado alteró la situación en el mundo y también el clima político en la Argentina. El Papa está luchando a brazo partido para que los católicos, pero también los hombres y las mujeres todos, nos reencontremos con un valor que mucho escasea, la dignidad. “Francisco”, dice el diario Corriere della Sera, “ha lanzado a la Iglesia a una aventura, la de abrir la Iglesia al mundo”. “Es un Papa, dicen, que viene de lejos y mira lejos… Para nosotros, Francisco (o su álter ego literario, Ducadelia) no viene de lejos, partió de nosotros, por eso lo sentimos cerca” (Abós, La Nación, 7/12/2013).
Casi siete años más tarde, el Cardenal venezolano Baltazar Porras se haría eco de este paralelismo, señalando al final de su nota “Un Papa argentino antes de Francisco”: “Hay que leer esta novela ficción, que se me antoja parecida al libro del profeta Daniel, ya que cuenta como futuro lo que ya sucedió”. El Cardenal dice que Castellani “me invita a pedir que la fuerza de Elías pase a Eliseo, que en estos momentos se llama Francisco” (Porras, Religión Digital, 24/07/2020). En esta apretada reseña de la obra en sí, es interesante percibir que Abós no advirtió algo que cabe destacar: Castellani se adelantó 34 años a la ya mencionada novela Eminencia, de West. Incluso, Castellani expresamente cita al novelista australiano, ubicándolo fantásticamente como “teólogo del arzobispo de Sidney” (del Rey -Castellani-, 1964: 40). Esto nos llevó a suponer que, tal vez, el “pasatiempo” de Castellani se inspiró en la novela de West publicada tan solo un año antes y con una repercusión enorme (a partir sobre todo del cine, con la magistral interpretación de Anthony Quinn), en pleno desarrollo del Concilio Vaticano II. Cabe recordar que allí se impulsó el aggiornamento de la Iglesia, siguiendo el discurso programático de Juan XXIII (no el de ficción, sino el verdadero), quien en la solemne apertura de los trabajos conciliares señaló que “en nuestro tiempo (…) la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad” y que ella tenía la necesidad de dar “un paso adelante” (11/10/1962).
Agregando algunas palabras sobre la novela “profética” de Castellani (gestada y publicada en ese contexto), podemos destacar que muestra a Ducadelia como un promotor de la descentralización de la Curia Romana (un programa que denomina “reforma capitis”) y que combate el “eclesiasticismo”, referido como “la peor herejía que existe hoy en la Iglesia”, definido como “todos esos magnates carcamales que no quieren cambios en la Iglesia porque a ellos les va bien así; y a ellos les va bien porque carecen de tacto y de olfato (de vista también, por supuesto) que se están quedando solos, que el mundo se retira en silencio de la Iglesia…”. Convertido su personaje en Juan XXIII segundo o Juan XXIV, le hará decir que “el tesoro de la Iglesia son los pobres”, agregando que eso “no era una simple frase en él” (del Rey -Castellani-, 1964: 62-65, 73-74, 178 y 318).
Cuando vemos que Francisco ejerce el ministerio petrino en el contexto de una Tercera Guerra Mundial “en pedazos”, con pueblos “martirizados” (como Siria, Yemen y Ucrania), pide con insistencia “recen por mí”, pone énfasis en aspectos medulares como la reforma de la Curia Romana (plasmada en la Constitución Praedicate Evangelium), la sinodalidad, la crítica al clericalismo recalcitrante y al indietrismo (la marcha hacia atrás), y la opción preferencial por y con los pobres, coincidimos en calificar de “inventiva profética” (como decía Abós) a la realizada por Castellani en su novela.
Siguiendo con una comprensión desde el registro literario-profético, me parece que a un Papa que en su juventud enseñó literatura en el Colegio de la Inmaculada en la ciudad de Santa Fe (prestigiosa institución jesuita donde estudió el joven Castellani), podemos ver que el énfasis de Francisco en la misericordia y en los descartados, se puede emparentar con aquel luminoso personaje –basado en el obispo Miollis– con el cual se abre la monumental novela de Victor Hugo: Charles-François-Bienvenu Myriel, obispo de Digne, a quien por su sencillez, generosidad y projimidad, el pueblo llamaba cariñosamente monseñor “Bienvenido”. Así, en Los Miserables (1862) nos reveló a Myriel misericordiando a Jean Valjean, caído en desgracia por robar un pedazo de pan y lleno de entusiasmo luego del encuentro con el buen obispo y con el buen Dios.
El joven Bergoglio soñaba con misionar en Japón, lugar de la aventura de los jesuitas del siglo XVII, que Shūsaku Endō novelara en Silencio (1966), llevada al cine por Martin Scorsese. Como se dice hacia el final de la novela: “Aquel Hombre no se ha quedado en silencio. Aun suponiendo que Él hubiera callado, toda mi vida hasta hoy estaría hablando de Él”.
Si las pinceladas de Castellani, Hugo y Endō nos permiten ver los énfasis de Francisco en las reformas, la misericordia y la Iglesia “en salida”, respectivamente, veamos qué lo entronca al Papa con la historia bimilenaria del ministerio petrino, donde no se trata de implementar tal o cual programa de gobierno sino de hacer la voluntad de Dios, como enseñara Benedicto XVI. Al respecto, resulta muy lúcida la comprensión que tenía Vicente Zazpe, plenamente imbuido de las orientaciones del Concilio Vaticano II, cuando presentaba las enseñanzas de la Iglesia en sus conocidos mensajes dominicales como Arzobispo de Santa Fe. Al hablar del pontificado, con lenguaje claro y contenido imperecedero en su columna del 20 de junio de 1980, imaginaba un mensaje de Jesús para sus Vicarios en la tierra (donde Zazpe ponía “Juan Pablo”, nosotros ponemos “Francisco”):
“(…) Simón comenzó a llamarse Pedro y la traición conservó la simbología originaria: ya no serás Joaquín Pecchi, tú serás llamado León XIII. Ya no serás José Sarto, serás Pío X. Te llaman Aquiles Ratti, serás Pío XI. Eres Eugenio Pacelli, serás Pío XII. (…) Y en todos se cumplirá la promesa de Cristo: sobre ti, [Francisco] edificaré mi Iglesia y el poder de la muerte no la destruirá. A ti te daré las llaves de mi Reino. Tú apacentarás mi rebaño, mis ovejas, mis corderos, mis niños, mis ancianos, mi juventud, mis estadistas, mis científicos, mis técnicos, mis artistas, mis sacerdotes y sobre todo mis pobres. (…) A León, Pío, Benedicto, Juan Pablo, [Francisco], les encomiendo mi Iglesia para que marche por la historia, coexista, conviva y comparta con ella los dolores y las alegrías, pero descubriendo el sentido del dolor y de la alegría. Mi Iglesia ha de perdurar, pero no como perduran las fechas. No ha de permanecer como permanecen los recuerdos, ni se conservará como se conservan los museos. Mi Iglesia ha de ser siempre de hoy sin dejar de ser de ayer; su palabra ha de responder a los problemas, a los interrogantes y a los dramas de hoy. Francisco, transmite a mi Iglesia lo que pienso del hombre, de un niño engendrado en el seno de su madre, de la familia.
Enséñale a mi Iglesia que la persona humana no es una cosa, ni puede tratarse como una cosa; todo ser humano es mi hijo y como hijo debe vivir. Francisco, enseña a mi Iglesia qué pienso de la guerra, de la paz, del hombre, del amor, de la misericordia, del sexo, de la ciencia, de la técnica, de la alegría y también de la muerte. Francisco, habla a mi Iglesia y al mundo, del cielo y del infierno y diles que no son metáforas; diles siempre la verdad aunque no se crean; sigue siendo luz, aunque rechacen el resplandor; pero sobre todo, Francisco, sigue proclamando al mundo que soy su Padre, que lo sigo amando y que por amor sigo ofreciendo a mi Hijo Jesús”.
En estos diez años podemos comprobar que ese pedido de Dios se ha encarnado en el pontificado de Francisco. Incluso, en un reciente homenaje que se hizo al Papa desde el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), en Bogotá, la reconocida antropóloga Rita Segato señaló que Francisco devolvió la Iglesia a la historia y permitió redescubrir la dimensión histórica de Jesús, que no es un mito. Por todo ello hacemos memoria agradecida y de manera amorosa, como invita la teóloga Emilce Cuda. Tienen razón los italianos cuando dicen “Bergoglio, il nostro orgoglio”. Con este sentimiento, desde el lenguaje del afecto familiar y con el tango como fondo musical, nos unimos a lo que expresara María Elena, hermana del Papa: “Gracias a Dios, Francisco sigue siendo Jorge”.
Por Aníbal Germán Torres/revistazoom