Pedagogía del ají

Y claro, estamos entrando en la segunda semana de las tres que dura el fin de mes salarial. Con las raspas de la alcancía uno llega a la carnicería, y allí, como su fuera un billete de 500 que aflora de un olvidado bolsillo, te saluda desde la vitrina, un minúsculo, casi imperceptible trocito de tira de cerdo, tal vez descontado del peso de un comprador más afortunado.

Así que uno llega feliz por el milagro, y como la garrafa todavía se la banca, manda al horno el minúsculo corte con lo todo lo que ha quedado: una papa (chica), un pimiento idem, una cebolla igual de idem, y… un ají. También chico, pero por su naturaleza, no por decisión del candidato a presidente.

Gran invento el horno, cuando se tiene gas. El hace todo mientras uno se cierra en sus ordenador a cumplir con su deber. Hasta que en algún momento se escucha algo como un golpe entre las fuentes. Claro, el efecto de contracción y dilatación hace quejar la ojalata, así que uno continúa hasta que cierto olor le advierte que si no quiere almorzar carbón, mejor deje el discurso para más tarde, que total falta para la efeméride.

Justo a tiempo para salvar la vitualla. Salvo que el ají no aparece, por más que uno levante la carne, y la papa y el pimiento consecutivamente para ver si el alimento extraviado yace abajo de ellos.

Y cuando ya ha decidido abandonar su materialismo dialéctico frente a la prueba fehaciente de que los espíritus chocarreros existen, una última mirada por no sé qué buchoneada de reflejo de la tapa del horno, lo descubre. Carbón puro, en el piso del horno.

El rebelde colmillo del infierno había saltado combustionado por el efecto del calor en sus propios humores. Su caída en su ígneo cadalso había provocado el misterioso ruido de minutos antes.

Fue inhumado en el basurero con honores, como corresponde a todo enemigo heroico. Él, invencible, ha hecho de su muerte su victoria, impidiendo que el miserable enemigo saciara su apetito con el lanzallamas de su carne.

¡Quién pudiera estar a tu estatura, minúsculo titán! ¡semi dios hercúleo de los ínfimos, de quienes nos sentimos exorcizados de alma en la hoguera de la vida!

Extraído del muro de Topo Bejarano

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