Esta historia sobre San Martín quizás no conozcas y no vas a leer en ningún lado, pero es parte del sacrificio que tuvo que sobrellevar nuestro Libertador. Ese General lo único que quería era afincarse en Mendoza, cultivar su chacra y traer a su familia. No pudo, los unitarios y liberales le hicieron la vida imposible. Como verás la historia se repite desde hace mucho tiempo. Depende de nosotros que la historia de nuestra Argentina cambie y acabemos con esos males que intentan hacer que perduren para todos los habitantes de la Argentina…
Hace exactamente 200 años, José de San Martín, el Padre de la Patria, volvía cruzando la cordillera. Desde Santiago, cruzó con un pequeño grupo hasta llegar a Tunuyán, en el Valle de Uco. Allí hay un monumento alusivo en el Manzano Histórico, donde descansó.
Pero, ¿de dónde venía?
Volvía del Perú, de cumplir su campaña libertadora, que había imaginado y diagramado en la Estancia de Saldán, Córdoba, entre mayo y agosto de 1814. Luego se había ido a Mendoza, donde por dos años gobernó de forma progresista y también preparó su ejército libertador, prácticamente sin ayuda del gobierno de Buenos Aires, pero con el sacrificio de todo el pueblo cuyano.
Luego había liberado Chile, donde libró sus dos más grandes y gloriosas batallas: Chacabuco y Maipú. Más tarde liberó el Perú, adonde dió otro tipo de batalla, la de gobernar, apenas declarada la independencia. Terminó con las distintas formas de esclavitud, potenció la educación, la salud pública y la producción local.
Esto le fue quitando apoyo político de la aristocracia limeña, al tiempo que los realistas seguían fuertes en la Sierra de Ayacucho. Pidió apoyo a Buenos Aires, pero la repuesta de Bernardino Rivadavia fue: “A nosotros nos sirve que sigan los españoles en el Perú”.
Por eso, en julio de 1822, en el encuentro de Guayaquil, se encontraron un Bolívar que venía fuerte en lo político y en lo militar, con un San Martín sin ningún apoyo (ni de la clase dominante peruana, ni de Buenos Aires, ni de Chile, donde O’Higgins también enfrentaba todo tipo de problemas políticos y económicos). No hubo ningún “misterio” en Guayaquil, y San Martín hizo lo más lógico: dar un paso al costado.
El siguiente paso fue renunciar en setiembre al gobierno del Perú y retirarse, para no entorpecer a los gobiernos que siguieran. Bajó hasta Santiago para diciembre de 1822, y de ahí cruzó la cordillera a Mendoza en enero de 1823, hace exactamente 200 años.
En el manzano histórico, el monumento es distinto a todos los que hay en el país y en el extranjero. No es el San Martín general victorioso, esa máquina de guerra, ese genio militar montado en su corcel. No, no, es un San Martín paisano, un San Martín montado en una mula, con poncho y sombrero. Un San Martín derrotado políticamente, pero quizá el San Martín más humano. Recibido por su compadre Olariaga.
Lo único que quería era afincarse en Mendoza, cultivar su chacra y traer a su familia. No pudo, los unitarios y liberales le hicieron la vida imposible. Remedios enfermó gravemente y no lo dejaron ir a Buenos Aires, ni a atenderla, y ni siquiera para su velorio. Rivadavia le dijo que no le garantizaba su seguridad, una clara amenaza, ya que ejercía el poder. Le mandó espías a Mendoza, intentó matarlo tres veces con atentados fallidos, hasta que lo obligó a irse al exilio.
No contento con que San Martín partiera al exilio a inicios de 1824, Rivadavia disolvió el Regimiento de Granaderos a Caballo (recién se volvió a formar a principios del siglo 20). Tanto era el odio que sentía Rivadavia (y los liberales de la época, abuelos de los neoliberales y libertarios de hoy) por San Martín, que no debía quedar ni su memoria en el país. Pero hoy, este complejo escultórico nos recuerda al otro San Martín, el derrotado, pero coherente hasta el final, amoroso, consecuente, un ejemplo a seguir por todo aquel que quiera mandar sirviendo a un Pueblo, y no servirse de él, como hacen las mayorías.