Cuando tomamos la palabra en la polémica decisión del INAI de reconocer más de 25000 hectáreas a comunidades mapuches jamás proclamamos ser «expertos en mapuchología» como algunos investigadores nos endilgan. Sin embargo, eso no nos impide consultar a los historiadores y fuentes históricas que sí se han dedicado al tema. Hace más de 20 años que venimos estudiando, investigando, enseñando y escribiendo sobre historia regional y eso nos da parte en el asunto. Agreguemos que nuestra tesis doctoral que nos llevó más de diez años concluir, recuperó gran cantidad de fuentes documentales cuyanas del siglo XIX desconocidas porque la mayor parte no existen en el país (por ejemplo, entre tantas, las que nos remiten a conocer lo actuado durante la Campaña de Rosas de 1833, por la columna del oeste, específicamente por el Batallón del coronel Jorge Velazco).
Acusaciones infundadas
Llama la atención que Diego Escolar y Julieta Magallanes (cfr. El cohete a la luna 12/02, El extremo sur 13/02) sean tan rápidos para abrir juicios respecto de las posturas científicas o políticas de otros investigadores a los que probablemente ni conocen, ni han leído, ni escuchado jamás. Que se arroguen el derecho a interpretar un supuesto apoyo a la Campaña al Desierto de Roca o a las posiciones historiográficas liberales que jamás hemos mencionado, ni referido. Si hubieran leído alguno de mis estudios, al menos en mi caso, sabrían que no es así. Esa no es mi posición. Yo soy crítica con la campaña de Roca, a la que considero producto del darwinismo social de la clase dirigente que tomó las riendas del país desde 1861.
Por mi parte, no puedo considerarme incluida entre los «deseosos de proveer letra al negacionismo indígena», tal su acusación. Son ellos quienes se declaran expertos en antropología y también en historia indígena, pero se disgustan porque uno trae a los medios lo que dicen las fuentes y documentos históricos.
No voy a repetir cosas que ya he escrito y explicado en artículos anteriores (como las denominaciones Chile y Argentina, como las diferentes etnias y su movilidad).
Son ellos quienes niegan la validez de todo aquello que contradiga los resultados de sus investigaciones antropológicas de los últimos 5 años (Magallanes, UNO, 12/02/23). Son estos autores los que desde su cátedra de soberbia intelectual (v. gr. «desde regiones distantes, o en el mejor de los casos marginales, de los campos intelectual y científico sobre el tema») juzgan a quiénes no acordamos con su posición al sostener que: «profesan una inocultable desaprobación moral de los reclamos políticos y territoriales de comunidades actuales, que no sería diferente si se tratara de puesteros pehuenches, puelches, huarpes o criollos». ¿Qué derecho se arrogan para hacer semejante afirmación? Sobre todo, cuando siempre hemos procurado dejar en claro que apoyamos a quienes legítimamente reclaman sus derechos y a los que, como el Profesor Carlos Tapia de Malargüe, conocen la historia y también la realidad «puestera». ¿Qué sabrán ellos cuánto conocemos de la dureza de las condiciones de vida puestera o de los peones y trabajadores rurales, sino por estudios, sí por cercanas experiencias vitales?
Invisibilización de puelches y puesteros
Pero ya que, como antropólogos, están tan preocupados por las poblaciones indígenas de Mendoza ¿Quién les ha otorgado el derecho de ignorar o invisibilizar a los puelches o pampas serranos o gennaken (de lengua het)? como hacen en las 36 págs. de su libro el n. 9 de la Colección Pueblos Indígenas en la Argentina (2016). ¿Quién les ha otorgado el derecho de invisibilizar a la organización de puesteros autoconvocados del sur porque no se autoidentifican como mapuches?
Por Dra. Andrea Greco de Álvarez-Historiadora
*El anterior artículo no refleja, ni representa la línea editorial del diario, solo es la opinión de uno de nuestros lectores.
Imagen ilustrativa de las comunidades mapuches en Mendoza. Fuente: Facebook Suyailevfv Lofmapuche