Usamos nuestra máquina del tiempo para ubicar el nacimiento de tres pasatiempos muy populares: el ajedrez, el poker y el juego de la oca.
¿Quién no ha acompañado alguna vez una reunión social o familiar con un juego de mesa? Es el momento de efectuar un merecido homenaje a una serie de pasatiempos que nos han ayudado a luchar contra el tedio a lo largo de los siglos, especialmente antes de la multiplicación de las pantallas y de la era digital.
Existen registros históricos de juegos centenarios que conectan directamente con sus homólogos modernos. Actividades como el ajedrez o las damas disponen de una larga trayectoria muy bien documentada. Y así lo verifica la popular expresión: si algo funciona, no lo cambies. Es curioso adentrarse en la historia de los juegos de mesa, ver en qué contextos surgieron, y qué evoluciones han protagonizado sus normas hasta llegar a la actualidad. Este es precisamente el ejercicio que realizaremos.
Ya hemos citado uno de los casos más paradigmáticos: el ajedrez. Siempre que pensamos en un juego de mesa, su presencia de dibuja de manera automática. Dos colores, blanco y negro. Y un pequeño ejército en miniatura en el que queda reflejada la importancia jerárquica de sus figuras; una plasmación romántica de la imagen que todos tenemos del mundo medieval con los soldados, caballos, reyes y reinas.
Su origen se ubica entre los años 632 y 651, en un imperio que se conocía con el nombre de Sasánida, ubicado cerca del río Tigris. El ajedrez inicial presentaba muchas diferencias con sus variantes más modernas, que encuentran su origen en el siglo XV, en pleno Renacimiento. En 1495 Francesch Vicent escribió el primer libro donde se describen las variantes del ajedrez contemporáneo. En el libro se describe la figura de la reina, clave en el devenir del juego.
Otro de los reyes -nunca mejor dicho- en lo que se refiere a los juegos de mesa es el poker. Un divertimento que cuenta con una dilatada trayectoria histórica. La primera referencia escrita con las normas modernas incluidas data del año 1829, cuando un actor inglés conocido como Joseph Crowell se encargó de inmortalizar la manera en que se jugaba en la ciudad de Nueva Orleans. En la ciudad existían muchos colonos franceses que ocuparon la urbe, y parece que fue así como el poker desembarcó en las calles de la bulliciosa ciudad. Uno de los rasgos más característicos de este pasatiempo es la gran cantidad de manos de poker que existen, cada una de ellas dispone de un valor diferente, basado en el color o en sus cifras. Su iconografía también es muy característica y mucha de su nomenclatura y léxico también ha traspasado al lenguaje coloquial.
Por último, debemos analizar el caso de un juego de mesa que destaca por su sencillez; altamente accesible, pero no menos interesante. Hacemos referencia al juego de la oca, pasatiempo que basa su actividad en un tablero con 63 posiciones. El juego se inicia con el lanzamiento de un dado, que determina las casillas que debemos avanzar. Dependiendo de la posición en la que caigamos, adelantaremos o retrocederemos en nuestra aventura.
A diferencia del poker o el ajedrez, juegos que también destacan por su transversalidad, aquí el azar juega un papel determinante. Dejando de lado la experiencia o la habilidad de los participantes. Su origen real ha dado lugar a diversas interpretaciones históricas. Algunos expertos hablan de la Florencia de los Medici, la que fue la capital cultural de Europa en los siglos XIV y XV. No sería una opción descabellada, ya que los gustos refinados de su sociedad encajarían perfectamente con la belleza de juego que describimos. Otras teorías también hablan de una supuesta invención templaria que encontraría su punto de partida en el siglo XII, emulando el camino de Santiago que realizaban los peregrinos. Una similitud romántica que conecta con las dificultades y ayudas que históricamente recibían quienes se atrevían a llevar a cabo el itinerario. Una aventura ubicada en el norte de España que hoy en día sigue contando con muchos adeptos.